Brassaï, la búsqueda de la luz en la oscuridad.

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Brassaï tomando fotografías nocturnas.

En el abismo de la noche, a esa hora que hasta los desvelados duermen ya, y donde la pátina de la ciudad se esconde tras la luz turbia y espectral de las farolas de gas, sólo el destello de una lámpara de magnesio y una larga exposición de una Voigtländer Bergheil, nos revela sobre una placa de vidrio la existencia de una realidad sombría de un submundo que cabalga entre la suntuosidad, el placer y el delito.

“Ansioso por penetrar en ese otro mundo, ese mundo en los márgenes, el mundo secreto, siniestro, de los mafiosos, los marginados, los tipos duros, los chulos, las prostitutas, los drogadictos, los invertidos [..] sentía en ese momento que este mundo subterráneo representaba el París menos cosmopolita, el más vivo y más autentico [..]”

La muestra de más de 200 fotografías que acoge la Fundación Mapfre hasta el 2 de septiembre en Madrid, nos evocan a una época de entreguerras en la capital francesa, haciendo víctima al espectador de una poderosa atracción por la visión clara, nítida y sin deformaciones del mundo de Brassaï, el ojo de París.

Farolero encendiendo una farola en París. Brassaï.

Por paradójico que parezca, en el comienzo Brassaï siempre había ignorado e incluso despreciado la fotografía. Se ganaba la vida publicando artículos para periódicos y firmaba sus dibujos con el seudónimo Brassaï, gentilicio de Brassó (Rumanía), y con el cual y he aquí la paradoja, dio fama a toda la dimensión de su obra fotográfica. 

“Ya no podía aguantar por más tiempo las imágenes dentro de mí; había absorbido tantas, principalmente durante mis caminatas nocturnas, que tenía que expresarlas de una forma diferente, más directa que la que me permitía el pincel, […] estaba tan fascinado por la riqueza de la vida parisina que no me apetecía encerrarme solo entre las cuatro paredes de un taller. La vida me parecía mucho más excitante que el arte.”

Fotografía nocturna con niebla. Brassaï.

Nadie fotografió la noche de París como él. Cuando el resto de los fotógrafos celebraban la movilidad, la rapidez y la espontaneidad de una Leica, él prefería la fotografía pensada. Un tripode y una Voigtländer Bergheil de 6,5 x 9 cm o una Rolleiflex de formato cuadrado, eran sus herramientas. Unas veces le llevaba exposiciones de hasta 5 minutos y otras requerían de la intrusión de un flash brillante. 

“Siempre he perseguido inmovilizar el movimiento, congelarlo en una forma física, darle a la gente y a las cosas esa grandiosa inmovilidad de la que solo son capaces los cataclismos y la muerte.”

Fotografia nocturna.

Gracias a una floreciente prensa ilustrada que sustituye la tradicional ilustración por fotografías, este medio concedió a Brassaï no sólo un modo de vida, sino el descubrimiento de su verdadero talento. Con tan sólo dos años de experiencia haciendo fotografías, la suerte y la ambición le procuraron un contrato para hacer un libro con imágenes de París de noche. El libro Paris de nuit tuvo un gran éxito y fue su pasaporte a la fama, con un diseño de páginas sin márgenes convirtieron al libro en un icono de la modernidad. La pobreza de la iluminación en las fotografías nocturnas era un desafío técnico que solventó con creces, mostrando al mundo la belleza inquietante de un París desierto.

Delincuentes fotografiados por Brassaï.

Este pintor de la vida moderna tenía un gran talento tanto como para abrazar los grafitis como forma artística como para dignificar a sujetos ordinarios al nivel de lo universal. Gran parte de sus personajes se encontraban en salas de baile y en especial el Bal des Quatre Saisons en la Rue de Lappe, cerca de la plaza de la Bastilla. Fotografió las chicas alegres de Chez Suzy, la banda de mafiosos de El Gran Alberto, las celebraciones y fiestas con pompa y derroche de la clase burguesa. 

«La noche sugiere, no enseña. La noche nos encuentra y nos sorprende por su extrañeza. Libera en nosotros las fuerzas que, durante el día, son dominadas por la razón»

Desnudo de mujer de espalda. Brassaï.

Una temática que convivió con él desde sus inicios en la pintura fue el estudio del cuerpo de la mujer. La mayoría de sus dibujos son desnudos femeninos y no iba a ser una excepción con la fotografía. Era, de alguna manera, volver a las artes plásticas, en ese anhelo de una búsqueda estética de “la forma”. Fotografió el cuerpo de la mujer como si se tratase de una escultura.

Retrato.

Gracias a su amplio círculo de amigos de artistas y escritores, que le permitió colaboraciones importantes en revistas de arte como Minotaure, aún considerada una de la mejores publicaciones artísticas de todos los tiempos, y otras como Harper´s Bazaar, tuvo la facilidad de realizar númerosos retratos. Como decía Henry Miller “Brassaï tiene ese raro don que tantos artistas odian, una visión normal. No tiene necesidad alguna de distorsionar o deformar, de mentir o de predicar”. En toda la gran diversidad de su trabajo siempre subyace esa aparente naturalidad y en sus retratos adquiere su máxima función exponencial.

Dalí fotografiado por Brassaï.

En 1982 recopiló muchos de sus mejores retratos en el libro Les artistes de ma vie, en unos el artista era fotografiado en su entorno y en otros en un estudio. Sobre este último se refería así:

“Obligar al modelo a comportarse como si el fotógrafo no estuviese allí es verdaderamente hacerle representar una comedia. Lo natural es no escamotear esa presencia. Lo natural de esta situación es que el modelo pose honestamente”.

Brassaï falleció en 1984 a los 84 años de edad, reconocido como uno de los fotógrafos más influyentes del siglo XX y baluarte de la fotografía como expresión artística.




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Autorretrato de Brassaï reflejándose en un escaparate italiano. © Alberto Honing

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