....A veces siento como si […] el mundo fuera un lugar para el que he comprado una entrada. Un gran espectáculo dirigido a mí, como si nada fuera a suceder, a menos que yo estuviera allí con mi cámara. Garry Winogrand.
Bajando desde Harlem en un metro cargado de autómatas dispares, me posiciono como un voyeur: un hombre entra con un sofá extravagante, hay dos chicas que no paran de hablar y adivino ver un tupperware en una de sus bolsas, un mendigo duerme doblando el cuerpo de tal manera que parece estar al límite de partirse en dos, un joven baila con movimientos espasmódicos, un drogadicto sentado en el suelo grita “fuck” y sale corriendo del vagón con su perro, un hombre latino se sienta a mi lado, debe ser pintor por sus múltiples trazos de pintura seca sobre su ropa, hay una chica de color, por cierto, muy guapa, y sabe que también la estoy acechando.
Tengo que bajarme en la siguiente parada. Un gran escenario de asfalto y cemento se abre paso ante mí. New York es una fuente inagotable de inspiración para practicar el arte de la Street Photography.
Todo en nuestra vida es una puesta en escena. Y el fotógrafo es un voyeur. Busca cazar al animal en su guarida, el entorno es tan importante como el rostro. Disparas llevado por la emoción, por pura intuición. Y el azar hace el resto.
Robert Doisneau decía que él más que un cazador se sentía un pescador de imágenes, largas esperas para conseguir el equilibrio de las formas, el puro placer plástico. Siguiendo el grial del instante decisivo de Henri Cartier Bresson, la proporción áurea. El ángulo adecuado en el momento adecuado, donde todo se “aguanta” en un equilibrio.
Pero no, no estamos en París, estamos en la ciudad de la fotografía directa, aquí una línea oblicua, un horizonte girado, se sostiene por la fuerza de la imagen y por la búsqueda de profundizar en la psicología del sujeto.
De este desfile callejero de la sociedad americana salieron tres fotógrafos importantes en la ciudad de New York: Garry Winogrand, Diane Arbus y Vivian Maier.
Garry Winogrand decía que no hay nada tan misterioso como un hecho claramente descrito. Esta era principalmente la fuerza de sus imágenes. Formular preguntas sin hallar respuesta. Sus fotos están llenas de jubilo, de vida. También se interesaba por lo grotesco y la ironía. Pero nunca mostró interés por las clases más bajas. Winogrand fue el autor más prolífico en este género y dejó tras su repentino fallecimiento 6634 rollos de fotografías sin revelar, un cuarto de millón de imágenes.
Diane Arbus fue la fotógrafa de la sociedad más marginada. Su fotografía era demoledora, hasta el punto de llegar a decir de ella la fotógrafa de los monstruos. Recorriendo los barrios más peligrosos de New York fotografió seres deformes, dementes, enanos, prostitutas, gigantes y toda aquella persona que nadie quisiera ver. Con la intención de inquietar al espectador, coloca a sus personajes de frente, en el centro del fotograma.
Tras una larga depresión, se suicida con 48 años, ocupando uno de los lugares más importantes de la fotografía callejera.
Uno de los descubrimientos más recientes de la fotografía callejera fue en el año 2007, cuando John Maloof compró por unos 380 $ un archivo de fotografías compuesto de unos 100.000 negativos, de los cuales 30.000 aún estaban sin revelar. De este tesoro fotográfico hemos recuperado la obra de Vivian Maier. Su trabajo muestra el alma de New York y Chicago desde 1950 hasta 1990. En sus fotos hay un punto de ternura y de porte elegante. También una fuerte narrativa que nos invita a imaginar que ocurrió antes o después del momento de la captura. Además, se hizo muchos autorretratos con su Rolleiflex en los lugares más variopintos donde su imagen se veía reflejada.
La fotografía callejera está en el límite entre el retrato y el reportaje. Puedes ser ético y preguntar antes de disparar pero tal vez se pierda el fin que buscas. Siempre suele pasar que la primera fotografía es la que vale. Cuando empiezas a dar indicaciones la fotografía deja de ser auténtica. Garry Winogrand disparaba a bocajarro, pero en alguna ocasión recibió alguna agresión. Martin Parr tampoco pregunta antes de disparar y lleva cámaras de formato medio, con lo que no pasa desapercibido. El fotógrafo japonés Daido Moriyama utiliza cámaras pequeñas y dispara sin autorización previa entre una manera directa, frontal y robados. Nick Turpin pide autorización por escrito y elabora fotografías posadas en plena calle utilizando flashes de mano.
En este tipo de fotografía siempre se dice que la focal perfecta es el 35 mm para “meterte” en la escena. Es la versión más purista. Sin embargo, puedes hacer Street Photography con un tele-zoom 70-200 mm o un ultra gran angular. Yo no veo reglas “aparentes”. Siempre que puedo pido permiso, hay muchas maneras, los gestos, la mirada, una sonrisa. De lo contrario, conviene ser precavido, sobre todo en un país o ciudad que no conoces su cultura. Yo una vez en el zoco de Marrakech se abalanzó sobre mí un hombre gritando y eso que estaba a unos 15 metros de él.
Una técnica que me funciona muy bien es quedarme clavado en un sitio mirando a través del visor de la cámara un buen rato, anticiparme al momento fotográfico, con el obturador en silencio. No es tan agresivo como alzarse con la cámara en el momento justo de hacer la fotografía.
Aunque también pasa que surja algo inesperado ante tu cámara y te lleves alguna sorpresa cuando revises la fotografía, como un gesto con el dedo corazón levantado. Gajes del oficio.