Un viaje fotográfico: Francia.

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Los Pirineos. © Alberto Honing

Es el momento de las vacaciones. De disfrutar con la familia, de dedicar más tiempo a tu afición, la fotografía, perfeccionar la técnica, visitar nuevas localizaciones, conocer caras nuevas, en definitiva, es tiempo para renovar energías y tener nuevas experiencias.

Si además, tienes la desaforada manía de viajar con tu réflex, tres juegos de lentes, un flash y un trípode, corres el riesgo de traerte una cantidad ingente de fotografías, además de una buena paliza a tu espalda. Padezco esta patología simbiótica de viajar y hacer fotos, creo que no soy el único, y a pesar de que existen otras opciones más light, viajo como un caballo percherón.

Y como sarna con gusto no pica, este fue mi reciente viaje: Francia. ¿Te vienes?

El Formigal. © Alberto Honing

Este era un viaje que tenía ganas de hacer: Madrid – Eindhoven (Holanda), 1700 kilómetros en coche, siguiendo la ruta que marca google maps. Pero en mi caso, 2500 kilómetros. Y como decían los aristócratas ingleses, un “Grand Tour”. Con la salvedad de que ellos viajaban durante meses y yo tan sólo dos semanas, en coche.

Son otros tiempos, entonces se viajaba, ahora se “turistea”.

Chambord. © Alberto Honing

Cuando Leonardo da Vinci tenía 64 años, atravesó los Alpes a lomos de un mulo desde Roma hasta al Castillo de Clos Lucé, por invitación del Rey Francisco I. Llevaba tres de sus lienzos preferidos en sus talegos de cuero. Toda una proeza dada su edad.
Tantos otros como Alexandra David-NeelDavid LivingstoneCharles Doughty o lady Hester Stanhope, eran no sólo viajeros sino casi exploradores. Aunque quisiéramos imitarles, incluso llevando la cama y la vajilla a cuestas, con esa idea romántica de buscar la autenticidad, un lugar remoto y aún sin explorar, nos toparíamos seguro con algún grupo de turistas. Esa es la gran paradoja del viajero de ahora, querer llegar a un lugar donde no ha llegado el turismo, cuando en realidad, sólo con nuestra presencia, deja desde ese instante de ser auténticos. Y de verdad, quedan pocos lugares que no estén enturbiados por el turismo. 

 Pero lo importante de viajar está intrínseco en su verbo, viajar.

Chaomont sur Loire. © Alberto Honing

Implica movimiento, desplazamiento, el viaje es el camino. La cuestión es moverse. Es cuando surgen oportunidades únicas para el fotógrafo, de un encuentro con la gente o con la propia naturaleza. En mis viajes, siempre tiene uno en mente un destino “mañana vamos al volcán Bromo”, sí claro, espectacular, cuando en realidad la experiencia que vale es el llegar allí, todas esa anécdotas que van pasando. A veces tengo la tentación de querer parar el coche a cada momento susceptible de una fotografía. Y otras veces, de una simple parada para descansar, encuentras la fotografía. 

Mi mejor fotografía del Taj Mahal no fue al propio mausoleo, sino al guía que tenía a mi espalda en la barca. Giré 180º la cámara y allí tenía la fotografía. Una de mis fotos favoritas de mi viaje a Vietnam  fue la de un hombre con una pierna amputada.  Fue en un descanso de 15 minutos en un viaje larguísimo en bus. En un día que estaba perdido por la lluvia, fotografié a un niño camboyano en el alféizar de una ventana,  otra de mis favoritas. Pese a la magia de Angkor Wat,  la foto con la que me quedo es la que hice a un caballo blanco,  mientras que la fila de turistas continuaban por un paso de piedra hasta el monumento. Al final, el propio fotógrafo de viajes se debate entre la fotografía auténtica y la fotografía turística. Todos vamos a los mismos sitios y queremos tener “nuestra foto” pero la diferencia entre el fotógrafo viajero y el turista “que hace fotos” es que el primero no apunta con su cámara en la misma dirección. El viajero se pierde en su viaje, reposa, el turista corre, se levantan temprano para estar haciendo colas en los museos. El mejor viajero es el que se deja llevar por los acontecimientos.

Lourdes. © Alberto Honing

También ocurre a veces que uno pone muchas expectativas en un destino y luego tiene una impresión negativa “me esperaba algo más”, o por el contrario, que es la propia naturaleza la que te sorprende.

Cirque de Gavarnie. © Alberto Honing

En Cirque de Gavarnie  me paso ambas cosas. Había leído que era impresionante y todas las expectativas se iban fraguando. La primera a la entrada del parque: “hoy no vais a ver nada”, me dijo una mujer. Luego según avanzaba, llegué a una formación de montañas que creí que era el circo por su forma circular y su cascada, y no me parecía para nada espectacular, aún faltaba por llegar. Cuando al fin, me sorprendió un paisaje que se parecía a esos que salen en películas como el señor de los anillos. Me quedé clavado. No me esperaba algo tan bello.
Luego, la cortina de nubes, dejó ver toda la belleza en su máximo esplendor. Tan sólo había visto la punta del iceberg. 

Nunca la belleza me había seducido y conquistado de esa manera.

Felices vacaciones!!! 

;-)



Cirque-de-gavarnie

El circo de Gavarnie tiene una de las cascadas más altas de Europa, con más de 400 metros. Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1997. © Alberto Honing

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